domingo

LOOKING FOR THE OTHER SIDE

“... A nadie le gusta que le jodan la vida”

Estoy viendo porno en la computadora y de repente aparece el rostro de Jesús en la pata de la mesa. Se trata de una raída y sucia mesa de madera en donde tengo libros de Kirzanoff, latas de cerveza y papel higiénico de hoja sencilla para los mocos. También hay un gato vagabundo que se llama Depardieu y una lamparita de lava.

Supuse que lo más adecuado era no armar un escándalo milagroso. Se trataba de Jesús no del tino Asprilla. En todo caso, sus ojos marrones me miraban con potencia y oquedad. Me hacían sentir un bicho fofo y feo en mi propia casa. Sin embargo, no podía quitar mi vista del rostro. Era todo un suceso. Digno de algún premio. Imaginé amas de casa mayores pagando cantidades absurdas de dinero por dejarles ver a Jesús. Imaginé tapar mis goteras y pagar mis deudas. Pero el jodido rostro no me permitía actuar. Llevaba tres días observándolo y cada vez parecía ser más Jesús que una simple mesa. Cuando perdía el aspecto me concentraba un poco y lo recuperaba. Incluso Depardieu estuvo de acuerdo. Y ya sabemos que las cosas entre gatos y humanos son una cosa muy seria.

No sé porque lo hice pero al cuarto día encendí una vela con la imagen de la virgen María frente al rostro. Recé en silencio y con cuidada pasión. Pedí miles de cosas. Una mujer con férreas tetas, un Ferrari testarrossa y una verga más adecuada. Más propia de mis carnales deseos. A la mañana siguiente desperté y no había ni chica con grandes tetas ni auto lujoso. Sin embargo, al despojarme de las cobijas, noté con creciente alegría que tenía 16 centímetros más de visaje. Tenía una ostentosa pija de gigantes proporciones. Era un fulano dotado de un majestuoso mango de casi 30 centímetros. Pensé de inmediato que tenerlo grande me ayudaría a conseguir a la rubia tetona y de seguro ella compraría el Ferrari en cuanto me viera sin pantalones. Fui hasta la mesa para agradecer el favor al rostro de Jesús. Compré una vela más costosa y con dos vírgenes marías estampadas. Pero Jesús se había marchado dejando una sucia mancha en la pata. Se largó sin decir nada. Depardieu estaba afligido. Quizás Jesús no cumplió sus caprichos. Total, nada. Encendí la computadora y probé mi nueva ametralladora. El resultado fue mucho satisfactorio. El gato cambió de afligido a disecado por impresión.

Conocí a Margareth Lucia en la fila del cinema. De primera vista me fijé en su pelo rojo, en sus botas rojas para el agua y en sus endemoniados ojos azules. Sin embargo al detallarla con calma, noté unas tetas pequeñas y bastantes pecas en la cara. Hacíamos fila para ver un western austriaco. Aproveché y pregunté a Margareth información del director. Una voz suave y segura me dijo que se trataba de un tal Eric David. Me acobijo un silencio que duró seis minutos y medio. Resurgí con un viejo chiste de negros que Margareth respondió sabiamente con: “me lo sabia pero con pastusos”.

Entramos a ver la película y me encantó. La maestría con la que Eric David pone en escena sangre, sexo, Cowboys en smoking y valses cómo banda sonora es increíble. Irreprochable. Pero a Margareth no pareció gustarle. De hecho insultó el trabajo suspicaz del grosero Eric David.

Salimos del cinema y bebimos unas copas en un bar cercano. Hablamos de música, de lo caros que están los champúes para alfombras y de cine. Margareth se empeñaba en ser mi chica perfecta. Su habilidad para destruir mis conceptos eran dignos de un riña política. Sus ojos parecían tímidos pero la mirada era agresiva. Salvaje. Vertiginosa. Su boca se me hizo muy sensual. Sobre todo cuando pronunciaba las palabras estúpido o estupidez. Cuando se quitó su chaqueta dejó al aire unas diminutas tetas desprolijas de sostén. Se me puso duro y la invité a casa. Aceptó y se puso la chaqueta de nuevo.

En el camino, nos detuvimos por una botella de vino y un paquete de Lucky Strike. Llegamos a casa y enseguida pidió el baño. Yo, puse una vela estampada con dos vírgenes María en la sala y saqué dos copas. Puse el ambiente a tono. Una mezcla de kitsh y trash. También puse a Cebollas Paranoicas en el estéreo.

Charlamos por acaloradas seis horas. Descubrí que no podría comprarme un Ferrari pero quizás sí un Citröen C4. Total, nada. Hacía las tres de la madrugada, amenazó con irse. Le leí unas frases románticas de Kirzanoff y le ofrecí una pijama encantadora. Después la besé.

Su lengua era inquieta y hábil. Húmeda y suave. Muy suave. Me adentré en sus profundidades. Retozamos en el sofá. Quité su camisa y agarré con salvaje ánimo esas tetas pequeñas. Eran realmente pequeñas y a luz de vela noté pecas también. Sin embargo tenían una dimensión especial. Eran dulces. Y con el tamaño y color perfecto en los pezones. Margareth estaba a cien. Yo a doscientos o trescientos. No recuerdo bien. Bajé mis manos a su sexo. Me detuvo un rato y después cedió. Cómo al sexto intento. Abrí sus pantalones. Sus calzones eran dignos de una pasarela en Milán. Húmedos. Serios. Explosivos. Escribí mi nombre en su entrepierna. Le dije dos frases más de Kirzanoff en el oído, susurradas. Temí gemidos. Total, nada. Saqué mi gran mango. 30 centímetros a mis anchas. Tieso. Púrpura. Arranqué los pantalones de Margareth con fuerza. Estaba listo para hundirle el alma y ella agarró mi miembro.
_ Grande, eh? – dije.
_ No vas a meterme esa condenada mierda!- Respondió ella.
_ PORQUÉ NO?
_ Es una cosa gigante. Me arruinarías la vagina!
_ PERO DE QUE CULO HABLAS, NO ES ACASO UNA POLLA GENIAL?
_ Claro que no. Es estúpida – dijo.

Amenazó con irse de nuevo. Esta vez no habría nada que la detuviera. Temí lo peor. Estuvimos quietos y mudos por seis minutos y medio. La miré fijo a esos fieros ojos azules. Pensé que su amor era negro. Pero resurgió diciendo: se tierno quieres… tuve la misma emoción que cuando aceptan la visa para viajar. Me repuse en breve y ataque incesante. Sus ojos permanecieron azules.

Después de una sacudida llena de indicaciones técnicas y minúsculos gemidos, terminé, casi agonizante dentro de su vientre. Era una chica ruda. De agudos sentimientos. Se puso la pijama y fuimos a dormir.

A la mañana siguiente desperté con una panorámica de pelo rojo bellísima. Me estaba enamorando de esta chica. Y todos sabemos que entre hombres y mujeres la cosa es muy seria. Preparé el desayuno y fuimos felices. Éramos dos viendo tele matutina. En la cama. Con el sol entrando por la apertura de las persianas. Hacía el medio día decidió arreglarse y se marchó. Hubo un beso final en la boca y dos polvos más. Después, me dijo adiós.

A las dos semanas. Estaba en casa. En la computadora. Un tipo con corbata y acné cosa feísima toco a la puerta. Temí lo peor. El tipo mencionó que Margareth me había denunciado por herirle la vagina con mi enorme pene. Lo pensé un poco. Y pensé que era una broma. El tipo me dejó un papel que tenía una fecha. Debía asistir –con corbata- al dichoso juzgado. También me recomendó una abogada de piernas fatales que no era una maldita broma.

Llamé de inmediato a la abogada. Una voz cortante y musical me habló del otro lado. Le conté de lo mío y nos pusimos cita en un lugar. Llegué a tiempo y bebí un café. Llevaba corbata de rayas y también fumé un Lucky. Al rato llegaron esas largas piernas. Sus tetas dejaban mucho que desear pero tenía un culo fantástico. También tenía una sonrisa agradable. Hablamos de lo mío y parecía divertida. Después de un largo sorbo de café me dijo que debía verme el miembro antes de interceder. Le eché un ojo a esas piernas ambarinas y le dije que estaba de acuerdo.

Creí que iba a sorprenderla con mi gran pene. Entramos al baño. Se sentó en el inodoro y encendió un cigarro. Cruzó las piernas y se me puso duro cómo un crayón. Alcancé a verle el sexo. Me bajé los pantalones y observó con normalidad mi cosa. Incluso mencionó que no era gran cosa. Que Margareth estaba exagerando. Me dolió su decepción. Si mis 30 centímetros no la intimidaban entonces era una chica muy ruda. Le sugerí que debíamos probar mejor mi herramienta. Qué quizás un polvo funcionaría. Sonrío un poco y dijo no. Insistí. Total, nada.

Llegó la fecha. Margareth parecía muy elegante. Fingió no mirarme durante toda la sesión. Mientras tanto la abogada permanecía fría y con piernas tremendas. El juez hablaba de una cantidad de mierdas nimias y vacías. El abogado de Margareth delataba su envidia por mi tremendo pene. Le parecía sobrehumano 30 centímetros. Sin embargo, la abogada me sacó en fianza, alegando cuestión de gustos. Que por ejemplo a ella le parecía una verga convencional. Su mirada pretenciosa y su descomunal desinterés en mi, provocaba ansías y deseos. Deseaba hundirla y lastimarla. Para festejar, fuimos a mi casa. Saqué copas, vino y la vela. Cebollas Paranoicas continuaba en el ambiente. Después de leerle versos y de ofrecerle pijama nos besamos. Agarré sus tetas erradas. Su genial trasero. Lamí su cerebro. Le agarré el sexo por horas. Finalmente lo hundí. No gimió nada. No emitió sonido. Fue tétrico y visceral. Extasiante para mí. Ella, se fue de inmediato. Llamó un taxi y me fui a dormir.

A las dos semanas, volvió el tipo de corbata. Me dije carajo. Me dio de nuevo un papel. Aseguró que mi abogada me había demandado por insatisfacerla sexualmente. Me dije mierda y me puse una puta corbata.

Llevo algunos días en prisión. Debo cumplir otros más. En las duchas soy un centro de atracción. Los demás presos observan en demasía y con especial admiración mi gigante miembro. Incluso he recibido ofertas para ser masturbado. Total, nada. Prefiero putear al cielo por mi suerte. Jesús no se ha aparecido por ningún lado. Le he llamado al celular un par de veces pero nada. Correo de voz. Si logro hablar con él, le diré que le cambio 30 centímetros por un Ferrari o una tetona. En cualquier caso eso sería un milagro. Y ya sabemos que los milagros no existen.

No hay comentarios: