martes

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Distrito. Emocional. [D.E.]

Estoy lustrando las botas de un skinhead que promete matar a un punketo porque le ha tocado el culo a su novia; el gamín del barrio vecino acaba de llegar montado en un scooter de madera gritando a todo el mundo lo hijosdeputa que somos; una marciana acaba de aterrizar en la estación de las aguas y seis hippies le venden manillas para el amor; la puta mejor paga del pasarela show de la esquina, acaba de quedar embarazada en el transmilenio pero aún lo ignora, de hecho, nadie sabe cómo pasó, sólo pasó y ya; en la punta del colpatria, un seropositivo amenaza con suicidarse pero no quiere perderse el concierto callejero del séptimazo; en la casa de enfrente dictan clases de francés pero en la madrugada los ñeros meten bareta en español; la señora del chance promete verse el ciclo de cine alemán en el MAMBO y la de los tintos comenta que Kierkegaard no es tan genial; ropa barata con logo de marca internacional... Milán, Paris o New York, acá la moda es comunista y hay Lacoste en cualquier esquina... aumenta la oferta de limpia-parabrisas y de espectáculos circenses; mejora la calidad de vida para las llantas en el transporte urbano; llueve, escampa, vuelve y llueve, hace sol, vuelve y escampa; le apuesto al curí número siete pero gana el ocho; la catedral es más mierda que catedral porque las palomas sufren del cólon; el chorro de Quevedo no tiene agua pero está lleno de alicorados; las empanadas de la esquina están en rebaja; en el bar del fondo acaban de matar a un muchacho pero la música sigue...
Y sin embargo, no puede uno sentirse más cómodo y aceptado en ningún otro lugar del planeta... mono, no tiene una monedita?

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[3:30 a.m.]

La pijama me talla en la entrepierna y entonces me acomodo para que no me tallen los dilemas y sentimientos que me incomodan la mente. Deben de ser como las 3 y 26 de la mañana pero para mi dormir deben ser las 8 p.m. de un viernes de farra porque no logro encontrar el punto de quiebre que me envíe al mundo de los sueños. La cuestión es que el mundo me ha abofeteado en medio de mis ideales y duele. Es una cicatriz de esas que no se perciben en la piel sino en el alma. Total, el que está conectado en un hospital no soy yo y eso para mí duele el doble. Mis culpas se mueven astutas en el pecho y me salen escarabajos hechos de suspiros por la boca cada vez que lo medito. Me dan ganas de llorar pero no lloro porque los hombres no lloran, ¿lloras tú? Total, a las 3 y 27 me agarra el sueño. Me duermo. Aparecen los sueños. Mis sueños. Sueño que alguien con la cabeza vendada y setenta puntadas se baja de una cama doble en medio de un bosque, sueño que bromea conmigo, que se pasa de listo, que trae pelo abultado, afro, oscuro y con un terrible sabor a algodón. Sueño que me largo de mi sueño y que me hundo en un mar de sucesos que no logro ni entender ni recordar. De repente, un gato brinca a mi televisor desde el armario. Me despierto enseguida. Quedo sentado y estático enseguida. La oscuridad de la vida y de la alcoba no me permite ver con claridad pero percibo al gato sobre mi televisor. Sus ojos brillantes saltan a la vista y me observan intrépido e implacable. Mis ojos permanecen extraños y con sueño por eso le observo torpe y confundido. Ninguno de los dos se mueve por los siguientes dos minutos. Él me observa y yo lo observo. La vista humana se adapta a cualquier oscuridad y esta no es la excepción: mi retina comienza a dibujar el contorno grisáceo del gato en perfecta posición de cacería sobre el televisor. Entonces, decido traicionar nuestro pacto de quietud y agarro el control remoto. El gato se pone alerta, sigue cada uno de mis movimientos con azarosos cambios de retina. Enciendo la tele y el gato brinca al suelo. Nos observamos por algunos segundos más pero nos interrumpen la música de la tele y los concursos de dinero, las modelos que allí viven. Debían ser las 3 y 30, cuando el sueño logró abatirme, lentamente caía de regreso a la almohada, mientras en intermitente parpadeo, divisaba como el gato cambiaba de canal.

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"A perro regalado no se le mira ladrar, por eso caballo que muerde no tiene colmillo, y en efecto, zafa pareja... cada jirafa con su oveja"

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[Lavomatic]

Nadie puede verme. O eso pensaba mientras me ocultaba tras mi lógica y mi conciencia. Bajo a beber un vaso de leche y percibo los murmullos de la lavadora. Me acerco a ella para encararla pero me topo con un gato encerrado en ella, aferrado al cristal con la más tierna mirada existente. Se revuelca entre el jabón en polvo y mi camisa menos favorita. Brinca y hace amagos de entender la supremacía de lo justo en el mundo. Pero ambos sabemos que la justicia es vulgar y que junto a ella, una vieja cabaretera vomitada es la reina del universo. Tomo aire y leche fría. Pienso en poner a funcionar la lavadora pero no sé hacerlo, entonces, abro la tapa y al cabo de dos segundos, el gato desaparece de mi vista. Desde entonces, nos hemos hecho los mejores enemigos. Quedamos en que yo dejaba algo de pollo en los huesos para que él los rumeé con hambrienta exactitud. Firmamos y me voy a dormir. A veces, mientras duermo, pienso en él y de seguro él piensa en otras cosas. Los gatos tienen más ocupaciones que cualquier otro animal. Pensar en qué invertir seis vidas más debe ocupar su tiempo. Otras veces, le vigilo. Le observo desde la ventana y observo como deambula solitario por las tejas esperando a por el momento preciso. Total, ambos tenemos la misma idea del miedo y odiamos por igual los concursos de dinero de la tele. Si lo que mató al gato fue la curiosidad, a mi me mata la incertidumbre de pensar qué diablos hacía un gato en mi lavadora.

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[Una marciana en mi radar]

Estoy durmiendo una borrachera en el parque y de repente un haz de luz me despierta. Un ovni ha aterrizado en medio de la plaza y recuerdo que olvidé mi cámara de fotos. De la nave sale una hermosa marciana con ojos de marciana y cuerpo esbelto de marciana. También lleva pelo sedoso de marciana. Le pregunto su nombre y me dice que se llama Libra como la moneda inglesa o como el signo zodiacal. Pero advierte que no es balanceada. La invito a un trago y acepta. Me sigue con aires de simpática y nos metemos a una buhardilla del centro. Ella pide un coñac y yo le sigo. Le pregunto qué música le gusta y sale con visajes de vallenato y trance noventero. Le hablo de los rincones secretos del espacio y de las ánimas del corazón y ella parece no conocer a Hitchcock. Le confieso que mi coraje está dañado y que huelo a pórtico de motel. Y ella responde que las putas no besan. Le pregunto qué tal es Marte y dice que conseguir casa es una mierda. Que la tele y el clima son un asco pero que el metro es genial. Le pido que me lleve consigo. Le comento que quiero conocer Júpiter y ella dice que los tiquetes son carísimos. Sé que algo no anda bien y mi radar interno lo sabe. Ella me toma de la mano y dice que vino al planeta porque quiere conocer la nieve y ver a los pingüinitos. Sus ojos marcianos me miran con potencia y siento vértigo. Su implacable acento astral me provoca adrenalina y el agite de ese par de antenas me pone libidinoso. Salimos y nos ocultamos de la lluvia en un paradero de buses. Le presto mi chaqueta porque soy un caballero. El agua se desliza hábil por su cuerpo y le pone la piel como una gallina. Como una gallina marciana. Entonces me encara y me dice que soy muy listo. Un siniestro ánimo me insita a besarla pero su boca se esconde. Un gamín se acerca y nos pide monedas. Le digo que no hay y se pone difícil. Saca un puñal y me esculca. Revisa en mi memoria, en mis bolsillos y en mis zapatos. No encuentra nada pero igual se queda con los zapatos. El filo de su puñal me deja marcas en la ropa y en el pecho. El gamín encuentra a otro idiota y le roba el celular y la cartera. Giro mi mirada y Libra se ha ido. Lentamente en mi corazón se hace una nueva grieta. Camino triste mientras el cielo termina de escupirme. Recuerdo los ojos de Libra y recuerdo que son hermosos. Pienso en su vagina intergaláctica y en el color de su odio. Vuelvo a la buhardilla y allí está ella, sentada como si nada. Como si el universo jamás fuera a explotar. Me siento junto y le digo que quiero hacerle el amor. Ella responde que ya me lo hizo y que quizás yo esté embarazado. Se baja una copa de coñac a fondo blanco y me advierte que tiene que irse porque su novio la espera. Le digo que la amo y ella paga la cuenta. Me despido mientras le pregunto qué música escucha y comprendo que mi radar se ha descompuesto.

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"Al que madruga Dios le ayuda, por eso, camarón que se duerme se lo lleva la corriente; y es que la pereza es la madre de todos los vicios pero es que madre no hay sino una..."