sábado

Esa chica joven

(Acerca de la nostalgia sexual)

“En cierta ocasión, cuando era más joven y bella…”

El maestro dramaturgo ruso Antón Chéjov inicia así uno de sus famosos cuentos: “La Corista”. Yo agrego: “En cierta ocasión, cuando era más joven y bello…” Y le pido encarecidamente al estimado lector que valga el símil ya que estoy por contarle el por qué de mi imposibilidad de amar a cualquier mujer: Valeria, la juguetona rubia del 6-c, me arañó la cara cuando intenté explicarle; Ana, en cambio, reaccionó pacíficamente pero me dejó claro a dónde podía largarme y créame señor lector que no es mi intención ser grosero en este relato. Por otra parte la pequeña Sofía, que parecía una tierna y empantanada gata salida de una novela de Capote, mostró el filo de sus garras y me lanzó seis platos y dos pocillos que hábilmente logré esquivar porque en efecto se me dan bien las artes marciales ya que fui criado por la filmografía de Jean-Claude Van Damme y la trilogía de los Kung Fu Kids. De nuevo, por favor, valga el símil.
No me apetece hablar de mis ocasos sentimentales ni de mis virtudes sexuales (Que por cierto son material propio para una trilogía de novelas), mi interés acá es netamente fraternal y solidario, quiero compartir con ustedes mis más profundos dilemas emocionales y lograr así desatar este nudo de impotencia (Metafóricamente hablando, por supuesto) que me aqueja en esta vigilia crepuscular.

Resurjo entonces: En cierta ocasión, cuando era más joven y bello, me topé con la delirante sorpresa de encontrar una cinta de cine rojo. A mi truculenta mente de pervertido de siete años se le pasó por la cabeza que se trataba de cine soviético. Los nombres de Dziga Vertov, Vsévolod Pudovkin, Lev Kulechov y el mismo Sergei Eisenstein iluminaron mi mente con la brusquedad propia del gen ruso. Y no era para menos. La cubierta de la película estaba llena de un fulguroso rojo sangre que palpitaba amparado por una tradición bélica insufrible. Y hacía frío. Había un incierto aire similar al invierno pero estábamos en un barrio marginal de la Bogotá de los noventas. Afuera llovían bombas y granizo. Pero en mi refugio se respiraba el desértico y gélido aire de las vacaciones decembrinas. Era una Beta de esas que ya no se ven y estaba escondida en las mangas de una vieja chaqueta de cuero propia de la década anterior y que estaba en desuso.
La sorpresa fue inmediata. Toda la teoría del formalismo ruso confluía en una impactante y excitante cinta porno del 84’. El glorioso ‘Kino-Pravda’ o el ‘Montaje de Atracciones’ estaban al servicio del análisis. Y era eso. Ginger Lynn, Tracy Lords y Harry Reems, juntos en esta obra maestra del cine rojo del siglo XX.

Las cosas cambian con el tiempo. Y lo hacen a un ritmo vertiginoso. Lo mismo pasa con los coños. Hoy por hoy la disonante ‘Shaved Pussy’ atesta la pornografía mundial y se cuela entre lo más apetecido por la mancebía actual. Aunque no siempre fue así. Para mi gusto, la vagina más hermosa del planeta la tiene la célebre protagonista del filme: la rubia oriunda de Rockford, Illinois: Ginger Lynn. Y no es para menos, Ginger tiene todo lo necesario: una belleza clásica, melena a punto, unos atrapantes ojos azul almendra y una mirada desestabilizadora. Un cuerpo de curvaturas milimétricas, tetas a medida y pezones tipo mapamundi. Además sabe gemir. El ruido es armonioso y resulta incluso placentero escucharla gritar lo que le gusta, cuánto le gusta y por donde le gusta.

Nacida en el 62’, entró en el negocio del cine para adultos en la década de los 80’s. Dejó su ciudad natal tras la muerte de su abuelo y se instaló probando suerte en California. A su bajada del bus en la ciudad de los excesos, se halló de repente sola, perdida y desorientada. Pero dos horas más tarde estaba en un motel, inhalando cocaína y cogiéndose a tres motociclistas. Comenzó su carrera haciendo desnudos en la famosa revista ‘Penthouse’ dónde pronto vislumbraría el futuro en las cintas porno. Su primer película ‘Surrender in Paradise’ data de 1984. Ginger cumplía sus primeros veintiún años de preocupada existencia y los había celebrado en las, paradójicamente, paradisíacas playas de Hawaii.

Ese mismo año fue la estrella de otros seis filmes entre los que se encuentra ‘Those Young Girls’ que se tradujo al castellano como: ‘Esas Chicas Jóvenes’. Filme, para mi gusto, de culto. Ginger comparte escenario con otra reina del cine rojo: Tracy Lords, que para entonces suscitó lo que sería una de los más grandes escándalos del celuloide erótico por haber actuado en varios filmes siendo ella menor de edad. Empero del asunto, la cinta es magistral: dos jóvenes y hermosas chicas se entregan a la búsqueda sexual de su identidad y se entregan la una a la otra. Luego de ser separadas por la moral de un estricto padre, las chicas continúan con sus vidas hasta re-encontrarse tres años después en la capital. Para ese entonces Tracy es una reconocida actriz porno y la pequeña Ginger recién llega a la ciudad en busca de nuevos horizontes (Un poco como en la vida real). Después del encuentro, Tracy promete a Ginger meterla en el negocio y le pone cita con un afamado productor que ve en Ginger un notable potencial. Tracy vive con su co-estrella de set: Harry Reems que de inmediato queda flechado por Ginger (¿Pero quien no?). Acto seguido, la hermosa rubia inicia su carrera con tan creciente y vertiginoso éxito que despierta pronto los celos de su amiga Tracy. Incluso Harry y el productor terminan prefiriendo el cariño y el coño de ‘Gi’. Sin embargo, ella sólo quiere la admiración y el amor de alguien: de Tracy. Finalmente, Ginger decide abandonar su nuevo mundo con la única idea de poder estar en paz con la persona que ama y se entrega definitivamente a ésta. Tracy comprende el valor de los esfuerzos de Ginger y se entregan mutuamente en una de las escenas más estimulantes de la historia del universo. La película termina con una treta que el par de amigas le juegan al bueno de Harry pero eso es relleno y ahí siempre ponía ‘pause’. (Lo siento Harry).

En la vida real, Ginger se hizo también de una creciente y abultada fama que la convirtió en una de las más grandes estrellas del cine para adultos de todos los tiempos. Siendo pionera en la penetración anal y la doble penetración, así como también en el ‘Talk Dirty’. Incluso la copiosa de Madonna tomó de Ginger el look que ésta pregonaba con peculiar estilo, en su tema: ‘Like a Virgin’. Y, sólo dos años más tarde (En 1986) Ginger Lynn abandonaría su carrera fílmica afincándose en la industria ya no como actriz sino como productora tras crear su propia línea de videos: ‘Vivid Entertainment’. Años después tendría un par de líos por evasión de impuestos y pasaría una temporada en la cárcel así como también en centros de rehabilitación por su consumo de drogas. Pese a ello, la implacable mujer de tiernos y fieros ojos azules saldría avante de sus problemas personales y de los problemas fuera de alcance. Y, tras superar un cáncer cervical, Ginger regresaría al cine con un par de filmes para adultos y algunas producciones de corte B.

Pero, regresando al tema central, aquella mágica cinta que vivió escondida en las chaquetas de mi padre, fue por largo tiempo mi película favorita. Incluso mis amadas ‘Bleu’ y ‘Rouge’ sucumbieron varias temporadas en la mediocridad del segundo y tercer puesto en mi top tres de amores fílmicos. Y no hubo quejas. Aquél coño de oro invadió todas mis tardes de soledad adolescente y sin darme cuenta y con creciente apego esa fulminante rubia se convirtió en mi idea de la perfección. Ella era mi amor imposible, mi ejercicio para las ansias. Las chicas de carne y hueso eran demasiado reales para mí. Sus chochos tenían olor y sabor y sudaban. Y pedían palabras y pedían taxis después de las sacudidas. Y me pedían amor o más polvos ó más polvos con amor. En cambio Ginger permanecía intacta y hermosa después de cada eyaculada. No pedía nada. Sólo se limitaba a ser ella tras la pantalla. Y estaba allí, esperando siempre a por mí, a cualquier hora, dispuesta a ser mi antro de desahogos. Mi amor perfecto, mi chica eterna.

Un tiempo después, con el ajetreo de alguna mudanza, la cinta se perdió entre cajas y chécheres. Encima la tecnología cambió groseramente y tuvimos que vender el Betamax. Ginger su fue pero en su lugar quedó la nostalgia y el recuerdo. Aquella chica joven había hecho algo con aquel chico joven. Y no era para menos. En mis sueños eróticos sueño que soy Ginger y me escondo en las gavetas de algún padre generoso. ¿Comprenden mi punto?