miércoles

El Monstruo y Yo

(Acerca de la belleza)

Recorrió un espacio alterno a la morfología habitual del universo después de cepillarse los dientes con sarna y crema dental de un azul entrecortado y viscoso. Unas diminutas láminas blanqueadoras brillaban como polvo de cristales en la cima de una lengua marrón. La luz era apropiada y traicionera; un foco tungsteno de veintitrés watts, que curiosamente hacían juego con la edad que festejaba. A tientas podía sentir una serie de baldosines color aguamarina cuyo relieve demarcaba las formas de un cisne obeso o de una ballena en régimen de tunas. El suelo era húmedo y discreto, parecía un tapete persa sobrevolando el pacífico y de la oblonga cuna de suciedades emergía un halo mentolado que invadía el techo y le dejaba marcas inolvidables de eucalipto y hierbabuena. Ruidos entre esmeralda y nácar en el raso hueso de concreto. Y había un abucheo de emociones en algún desierto del hipotálamo: ‘Nada mágico en el llanto de un zancudo viciado a la mierda de retrete’- Pensó impotente. Sólo un cuento medieval de balneario podría calmar las torpes indagaciones de un ecléctico fantasma de verano. Salió imperturbable y escupió deseos llenos de rabia y lívido. Afuera hacía sol y la temperatura amenazaba ráfagas de fuego. Pero él permanecía impenetrable en unos ajustados y herméticos pantalones color rojo ardilla. Su aspecto era agradable pese a las hendiduras del tiempo. Tenía marcas más agudas en las mejillas y en la mente. Su pelo remembraba a un psicodélico grupo de los setentas pero bajo el flequillo se escondía una calvicie prematura. Más abajo había una raya en la piel que se hacía nítida con el fastidio del sol y bajo un escuálido y baldío pecho vivía radicada, desde hacía meses, una foránea y abultada barriga que no pagaba renta. El tiempo ruge- Pensó al instante. Sobre una planicie de ladrillo un espejo sucumbía atolondrado. Y duele- Repuso con tristeza. El año de sus veintitrés años había llegado con una opaca nube de imperfectos. Fallas de concepción en su factura que él daba por nimias un año atrás. Era demasiado enano y tenía huellas de angustia en el cuello y brazos. El acné había demolido la mitad de su piel facial y tenía la espalda chueca. No tenía hombros ni carisma. Sus pantorrillas eran demasiado delgadas y sus muslos demasiado flácidos. La boca era desproporcionada y las cejas no tenían un patrón lógico de conducta. Empezaba a perder visión, olfato y oído .Las coyunturas hacían ruidos estrepitosos al mínimo movimiento y los dientes perdían calcio sin tregua. Me fui a la mierda- Pensó afligido. Apagó la luz y se fue a la cama pensando en su ocaso social. No era bello ni tenía auto. Lloró un rato en silencio pero las lágrimas no eran ordenadas y hacían mucho ruido. Entonces dejo de llorar. Una neurona imprevistamente reclamó en un gélido pensamiento: ‘Parece que aún queda algo de corazón…’. Hubo un silencio y hubo un letargo amparado por parpadeos descoordinados. Sin embargo, algo todavía se movía en medio del pecho. Un leve e ininterrumpido bombeo de diáfanas respiraciones se sucedían en aquel cementerio. Eso si que es un defecto- Replicó. Y de repente, casi como una orden celestial, el monstruo cerró los ojos con fuerza y soñó que era el ser más hermoso del planeta. Por supuesto, en el sueño del monstruo no había espejos.