jueves

LA DIAPASÓN DESECHABLE

Entré a una sala blanca que olía a jabón y cartón en intervalos temporales. El doctor me hace sentar y sacarme la ropa. Pensé en que mis vaqueros necesitaban ser remendados y que mi camisa tenía un leve olor a cigarrillo. Una enfermera se ubica casi imperceptible en un rincón. Anotaba cosas en una máquina. Había pisado mierda de perro unas cuadras atrás y entonces me detuve a pensar un rato en toda la mierda de perro que yace intacta en las autopistas del universo. Perros intergalácticos cagando allí y allá y amos inquebrantables que lanzan peloticas rojas llenas de saliva. Vuelvo al planeta tierra y estoy desnudo frente a dos alienígenas. El doctor me echa un buen vistazo. Me revisa el culo unas seis veces y su reacción no es precisamente agradable. Temí grandes enfermedades terminales y días de dolor cervical. Nada nuevo. “Me ha estado molestando el intestino, no puedo precisar cuál de los dos es pero uno de ellos ha estado fastidiándome”. La enfermera se echa a reír y luego canturrea una canción de los setenta. El doctor parece no encontrarle la gracia y me hunde el apéndice con sus heladas manos peludas. “´Ése es” digo pero parece que nadie me ha escuchado. Nada nuevo. Tal vez es que hablo muy bajo o que mi tono es imperceptible para sus orejas igualmente peludas. La enfermera le echa un vistazo a mi paquete y su rostro es lamentable. Pienso en todos los rostros lamentables que he visto. El mío encabeza la lista. Un ruido sale de la garganta del doctor y su mano peluda arremete ferozmente contra mi pecho. Algo allí se mueve y siento vértigo. El doctor pone allí su estetoscopio y ríe a carcajadas, llama a la enfermera y ella también ríe. Yo no río. Yo no lloro. Yo sigo igual. Intacto. El doctor vuelve a su escritorio y revisa sus apuntes. “Es algo serio” dice. Me entrega una hoja de diagnóstico. Hace frío y apenas puedo verme el pin. “¿Puedo ponerme la ropa?”. Mientras me pongo los vaqueros pienso en que sus rotos andan bien y la camisa tiene a la larga un olor muy mío. Leo atentamente la hoja y estoy de acuerdo. Pienso en los perros de otro mundo, en sus cagadas. Cierro la puerta y el olor a jabón y cartón desaparece. Me invaden la oquedad y el pánico. El estado anímico de la sala de espera es deplorable. Una anciana me sonríe a lo lejos pero debe ser por efecto de la morfina. Está conectada a la tubería del hospital ó a la de la ciudad entera. Nunca se sabe. Pienso en una vieja amiga de infancia que murió en un accidente de coche el mes pasado, pienso estúpidamente en sus intrigantes ojos pesados. En sus curvas llenas de lata y sangre. Invito a una copa a la anciana y abandono el lugar dejando unas hermosas huellas de mierdita.

HOSPITAL GENERAL DE Ms. As.
Paciente: GARCÍA, Sócrates
Edad: 22
Doctor: Sujeto de manos frías y peludas.

DIAGNÓSTICO:
El paciente no termina lo que empieza. Es mediocre en todas las actividades que emprende. Es terco anímicamente hablando. Presenta fallas de concepción en la realidad. Sufre ataques de imaginación seguidos por largos espasmos de silencio y quietud. Presenta avanzada infección del carácter. Es impulsivo cuando opina y su capacidad de mentir es crónica. Es altamente influenciable y presenta ridiculez, pesimismo y frustración en todas sus relaciones sociales. Presenta un tumor artístico en algún lugar del duodeno. Sufre de hiper-soledad avanzada y se precisa la extirpación de testosterona URGENTEMENTE. Además de transfusión de euforia y felicidad en dosis alarmantes. Un corte de cabello y una buena chica serían más que suficientes.

RECETARIO:

-Cerveza en ayunas. Todos los días por unos doce años más.
-Pase de coca cada seis horas.
-Sexo animal. Cuatro veces al día.
-Compañía ilimitada de amistades. Presencial y no presencial. (No exceder su consumo)
-Play Station 3. Dos jugadas al día.
-Farra. Día de por medio.
-Viajes. Dos veces al mes.

Además de ello, el paciente precisa atención, amor y cariño por parte de todo el mundo.
Bajo la tutela de él mismo, el paciente acepta someterse a cualquier tipo de tratamiento y/o terapia que le ayuden a hacer algo en la vida.

La Cáscara

Eso somos. Un equilibrio roto. Un cáncer de alma. Una línea oblicua. Una teja que deja pasar agua, tiempo y rayos de abrupto sol. Eso fuiste. Una carretera de accidente. Una luna menguante. Un iceberg hunde-cosas. Un turrón de azúcar. Eso eres. Una persiana entreabierta. Una puerta a medio cerrar. Un atardecer de oriente. Un arcoíris de cuero. Una fruta que se niega a ser abierta. Un vegetal en tetra pack. Un girasol enlatado. Hurra. Esto soy. La represión. La mórbida y fatua represión. Y, duele. Reconozco ese ardor. Tengo un doctorado en ardores y represiones. Un máster en olvidos y heridas emocionales con énfasis en llanto ocasional. Sé de estas cosas. Existe un manual. Una guía actualizada. Jamás seré. No quiero ir tan lejos. Acá está bien y nadie lo sabe. Pocos lo entenderían. Sólo tú. Ajá. Sí. Sólo tú. Gracias por eso. Ahora huye lejos, lejos para no volver. Acá sólo hay lugar para uno como yo. Conmigo basta. Lo lamento. Mejor suerte en tu próxima reencarnación. Saludos de mi parte. Abrazos por allá. Escríbeme canciones de incoloro ritmo y consíguete un coño violeta. Idiota de mierda. Inquilinos nimios y foráneos. ¿Tú? Menuda payasada. Algunos confunden vagancia con la necesidad extrema de hacer “algo”. No te necesito. ¿Plural? Responde tus llamaditas hijo de mil putas. Y, luego eructa incoherencias cerebrales. ¿En la cena? Come tu comidita saludable. Metete el dedito en la llaguita. Sangrecita burguesita. Globulitos proletarios. Melenitas comunistas. Chiritos capitalistas. Y, dátelas de superhombre. Lee mucho y quítate las caries. Madrugar al mediodía. Y, sentir frío. Más nada sentir, bufanda de arrecheras. No le tengo miedo al sueño. Elefantes de Saturno. Gritos de almohada. Susurros de sábana mugrienta. Colchones de espuma y densas hendiduras. Dislocación de la médula espinal y rugen costillas de cristal. Madurez de aluminio desechable. Hierbita sabatina. Risita maliciosa y huevona. Descuadre espacial. Comilona de texturas. Pobre mariquita. Barba infértil. Baldíos terrenos de mejilla y cumbamba. Vendo y permuto. Comparemos. Parcas mentes juveniles. Y, dizque criticando. Zapatero a tus zapatos. Pecueca flácida y festiva. Leche de botella. Huevitos alemanes. Salchichones dizque daneses y chucha bien criolla. El que le gane a despertarse. A ser más tosco. Más imbécil. Más huraño. Perdí ó gané, la verdad es que ya no recuerdo. Pero eso somos. Los perdedores o ganadores de algo que se nos escapa. Que va más allá. Que nos consume y tiene garras. Nada fui. Nada seré. Mañana en la mañana habrá un nuevo carpintero. Un nuevo funeral. Un nuevo Dios y quizás un día menos cabrón. Por eso vuelvo y le digo señora, que sí, que reconozco ese ardor, que puedo manejarlo. Ahora, suelte esa pistola, bájese la falda y dígame en qué puedo ayudarla.

LO QUE EL VIENTO NO SE LLEVÓ

I
Crecí en dos lugares distintos a la vez, uno de ellos era un barrio en la periferia Bogotana y el otro lugar, un poco menos denso y cruel que el primero, era mi cabeza; solía pasar tardes enteras divagando en las atiborradas autopistas de mi mente: pensaba en qué se sentía al acariciar una vagina o que se sentía tener pelos en el pubis y de golpe pasaba a imaginar qué sería de mi vida treinta años después para luego pensar en el próximo episodio de Dragon Ball Z y finalmente regresar a lo primero: las vaginas. Igual, diez años más tarde, heme aquí, lejos de aquel barrio de infancia, lejos de aquella ciudad de infancia y lejísimos de aquel país de vida; empero, vivo en dos lugares distintos a la vez, uno de ellos es un barrio en la periferia Bonaerense y el otro lugar, un poco más frío y misterioso que el primero, es en el país de la duda; suelo pasar noches enteras preguntándome por qué mierdas adoro tanto acariciar vaginas.

II
¡Hola! Vivo en el piso siete de un edificio de jubilados. Lo más nuevo acá es el ascensor que se descompuso la semana pasada. El conserje es un tipo simpático que siempre me saluda con una palabra distinta cada tarde: maestro, amigo, chabón, pibe, son las únicas que recuerdo. En la alcoba contigua viven un estridente sujeto con mirada precisa que trabaja en un call center y un comunista lector que busca empleo empedernidamente. Mi compañero de cuarto es un distraído cajero de supermercado que usa ropa pequeña. La cocina es un amplio monasterio de mugre que nos negamos a limpiar y el baño es un estrecho mundo de pelos. El balcón está siempre lleno de agua y cenizas y en la sala hay un tapete persa atestado de moronas. Al escueto comedor le faltan dos patas pero creo que arreglamos aquello con los volúmenes de antología de Los Miserables de Víctor Hugo. Valga el símil. En las mañanas compartimos silencio con café y una que otra tostada. En las noches en cambio, somos miembros de un parco cine-club que hemos creado con el único fin de sopesar nuestras espantosas realidades. En la minúscula pantalla de un pc portátil divisamos la majestuosidad del séptimo arte y siempre que culmina una cinta solemos hacer tres minutos de silencio, fumamos un cigarro y nos vamos, sin decir ni una sola palabra, a nuestras respectivas camas. Es así desde que tengo memoria. Desde que vimos El Inquilino de Polanski, decidimos dejar cerradas las ventanas, luego con el asunto Hitchcock quitamos la cortina del baño y con el tema Bergman dejamos de jugar ajedrez. El punto es que se avecina un ciclo de Pasolini y me gustaría nena hermosa que por esos días vengas a visitarnos ¿puede ser?