martes

Crónicas de un Pelotudo

De lo ruin, lo ilógico y ah si,… el recuerdo.

I
A 4° bajó el sábado. Ahora si es otoño a pleno “Che” dicen en la tele. El clima no le hace reverencia al nombre de la ciudad. Los aires malos la verdad, de buenos poco la verdad, de fríos todo la verdad. Esto, socio, es una suerte de París sudamericana y la conglomeración de extranjeros la hace una metrópoli, al igual que su pasado cultural y político pero sabe qué, dejémonos de huevonadas, Bogotá no tiene nada que envidiarle a ninguna ciudad del mundo. Extraño un montón esa espesa atmósfera de humo y el grisáceo perfecto del asfalto de las atestadas avenidas de caóticos y decadente buses en eternas horas de tráfico incesante y atiborrados pensamientos que nos conducen al zénit de la ilógica conducta y al ortodoxo desorden que deja tras de sí el sabor apenas universal de una manzana de hielo o de un puñal sin afilar, sucio y con la seca sangre de un fulano anterior. Es una inseguridad perfecta, metódica en su génesis. Bendita la hora en que el éxodo, paradójicamente español, decidió construir un pueblo en medio de las montañas; sólo a los putitos se les pudo haber ocurrido. Indios maricas, pobres indios maricas angustiados por su tierra de verde intacto; maldición de mediodía que arropa a toda la puerca procedencia. Mestizo es el gentilicio de mi continente; hijueputas españoles arrechos, culiarse a una india por desparche y más tarde sacar oro de la laguna, menuda vida de reo. Pablito clavó un clavito. Más del Hércules de tercera que del Barça o del Madrid, y, esperar que no se lo dejen hundir por un equipo inglés. España, culo del mundo, y, nosotros, hijos de ése culo. Una suerte de pedo es lo que somos, pero, un pedo influido por el hedor de los herederos directos de la estirpe británica. Pobre gringos malparidos. Y, uno deseando haber nacido centroeuropeo, poder decir, Víctor Hugo nació en mi país. Ó, Godard nació en ese hospital y señalar con el dedo el edificio de la otra esquina. Pero, obvio no. Europeos de mierdita. Persianitas de madera, balconcitos de rejitas, monoambientes mariquitas. Calefacción para el invierno y ventiladores para el verano. Saquitos de lana para el otoño y en primavera estar pendiente: gafas de sol o un paraguas. Injusticia, peleemos, defiéndete pelotudo, únete a mi sindicato y gana un bono de descuento en la peluquería. Hoy no trabajemos que hay manifestación. Mañana durante el laburo, tomémonos un matecito mientras la fila no avanza. Me sirve el 92 pero no sé dónde para, monedas de mierda, país sin moneditas, Kioskos de mierda, caramelos para completar el peso porque no hay cambio, o juguitos “tang” que son baraticos. Cuatro juguitos, cinco juguitos, jueputas juguitos. Callecitas francesas, cafetines franceses, apelliditos europeos. Boluditos todos. Mamasitas todas, perras coquetas todas, creídas todas, indiferentes todas, estéticamente ricas todas, que culos tan ásperos, qué caras tan lindas, que ojos tan verdes y tan azules y tan grises y tan rojizos. Hijas todas de linaje europeo, todas altas, todas rubias, todas carne, todas hueso, todas con los dientes chuecos y el hombre incorrecto, todas frías y eyaculadoras precoces, todas esperando que un boludo les cante la tabla del cinco. Amor, no nací ayer. Mala ciudad para el amor y para el chocolatico con almojábana. Una sueca se besa con un peruano y una danesa le lame la oreja a un boliviano; en qué momento perdí mi gen indígena, mi espesa malicia de campesino. Que verraquera de país el suyo huevón que tiene verde, coca y agua. Dos agüitas malparido, pa’ que vea huevón. Recemos para que no se nos salga el demonio interior, y es que miedo si daría, imagínese usted flaco, no comerle a un hijueputa colombiano, hijo de un delincuente y de una india, criado en el campo, entre bala y sangre, y vividor de montaña entre frío y guaro. Coma mierda marica, que gente tan brava a lo bien, y, uno, bien chistoso, lejos de toda esa feria de payasadas necesarias, dizque escuchando los Beatles y cortándose el pelo con tijeritas desechables, trasquilándose la mente y viendo películas bravas y leyendo libros bravos, y extrañando flaco, extrañando no sé qué pero extrañando.

II
Todo habría sido más sencillo de no ser por mi afán de cambiar de aires. Ahora es cuando se me pasa por el esófago una insoportable sensación a desgano, a te lo dije o a qué marica para qué lo hice… algo así, no sé; total, tengo la misma impresión de frustre desde hace dos meses y algo. No suelo destruirme a la primera, es más, ni a la última, pero en este caso me resultó ser una cuestión de ego y de guerra unilateral de emociones. Sé que no hay remedio y desearía haber cedido siquiera un ápice a los alardes de mucha gente que tenía, por escasa que fuera, experiencia terrenal. Total, nada. Lo otro que me cabrea en aumento es haber dejado tantas cosas sin resolver, o lo que es peor, cosas que se resuelven en mi ausencia. Eso duele el doble. No sé qué clase de hijueputa deja a sus compinches de vacío en ese estado: uno a por casarse, lleno de dudas y de desdichas pseudo-convencionales; el otro en trance o terapia medico-emocional, llámenle coma o rehabilitación, sinceramente lo que me arde es que no estoy allí para limpiarle las babas, para aplicarle las gotas de los ojos o para tomarle las manos y estimularle las extremidades en aras de que no se atrofie el músculo; ja ja, me río porque no he aprendido a ser buen llorón o como me enseñaron: los hombre no lloran pero créeme dios del cielo que cuánto más te conozco más pienso en lo cruel que nos resulta lo que llaman vivir; el último de los compinches se queda solo, en una suerte de limbo, no es tierra, no es cielo, no es infierno ni una playa de marte, es sólo eso, una nada errática y sin agua, le dejo en el más solitario de los desiertos de la rutina y ruego que lo amparen un par de películas y la literatura maldita que tantas noches nos desveló. Auguro suerte para todos, propongo lo que para mi serían los mejores deseos, pero ése soy yo y puedo estar mal, de hecho, no me cabe duda de que estoy mal. Lo ambiguamente cierto es que no he cambiado de aires, mis heridas siguen allí y yo sigo allí, junto a ellos, sintiendo el perfecto y simétrico caos de la patria y de sus amarguras. Mamá, esa leona de férreos sentimientos para conmigo llora en silencio sin que nadie sepa que sus lágrimas son lo más certero y sincero que jamás existió en el planeta; y lloro con ella pero también en silencio porque como ya dije los hombres no lloran y si lo hacemos, no queremos que se nos corra la pestañina del alma; total, lloro junto a su humanidad, si, a distancia, desde acá, a deshoras, con desfase horario pero lloro con ella. Que no me salgan lágrimas es otra cosa, pero creo que eso se debe al nivel de deshidratación en el que me encuentro, en esta ciudad el verano se pone difícil y 40° deshidratan a cualquiera. En las noches todo funciona inversamente proporcional. Las almas de las locales son tanto gélidas cómo pilas que llevan meses en el congelador, lo único caliente en ellas es la entrepierna y ojalá un poquito de su culo pero eso es todo; si yo tuviese la capacidad de ver más allá del coño, sería el rey del universo, mi mente iría tan lejos y tan ligera de complejos que mi cerebro funcionaría al cien por cien, y creo que eso aplica para cualquier hombre que fuese capaz de ver más allá de un hermoso biscocho femenino, porque nuestra incapacidad humana de evolución emocional radica en la superficialidad de nuestras almas y está bien, lo admito, me enamoro cada dos cuadras porque obvio, la belleza es un mal abstracto y efímero que atrofia todo tipo de naturaleza y por desgracia no estoy exento a ese mal. Aunque bueno, convengamos que como mal, es el más placentero de los delirios. Total, por su ego injustificado y su desprecio por mi raza, jamás sabrán que se pierden al único hombre capaz de poner algo de alma en sus cuerpos. Eso me pone mejor, porque papá antes de partir me advirtió de ser un tipo serio y lógico en mis cosas, y aunque el concepto de lógica y de seriedad sea algo subjetivo logro comprender el significado que papá le da porque obvio, sus lágrimas explican el resto. Empero, lo que papá no sabe es que su vida entera me es lo que a Picasso un esbozo del Guernica. Así. El paisaje turístico depende del monto del bolsillo por lo que les aclararé de entrada que apenas logré conocer el barrio vecino. Sin un centavo y con la crisis del dólar mis gastos apenas lógicos no me permiten conocer el mar o la nieve, total, mi imaginación vertiginosa me ha llevado a Júpiter en tiquete ida y regreso, con todo pago y hospedaje en hotel de veintitrés estrellas; y sé que prometí enviar fotos y postales a todos mis allegados pero lo que hay que ver pueden verlo en la internet o en por la fox; en cuánto a mi, sigo siendo el mismo escueto y parco sujeto de pelo chiroso y acné cosa seria que se marchó de casa con poco más de miles de sueños y que ha ido destruyendo a sus anchas esos mismos sueños. Si me preguntas en una entrevista de televisión abierta, te diré que sí, que he aprendido algo: he aprendido cuán efímero es todo en la vida, era algo que charlaba con mi compañero de vacío en algún momento de nuestras vidas: hablábamos de que todo en la vida tiene un coste y una duración, y que mientras más hermoso, más barato y más efímero; hay zapatos que te duran más que un amigo y asimismo existen sensaciones y momentos que duran más que una profecía bíblica. Por ejemplo, la voz de mamá a la distancia se queda suspendida en el etéreo aire por cien vidas más, aún cuando cuelgo a una de sus llamadas, siento como cada una de sus palabras viaja por la estrecha alcoba recordándome que siempre hay algo hermoso por lo cuál regresar a casa, es una sensación que no logro explicar, supongo que lo mismo debe sentir un búmeran en su punto cero del vuelo. Total, el ruidoso y profundo clarinete de mi hermana inunda el silencio bestial del momento y sospecho que ya debe ser una mujer llena de ocupaciones dignas de su juventud, deseo regañarla por llegar tarde, por tener un novio idiota o por no hacer caso; deseo pelearle por ser tan hábil para la vida pero mis palabras no van tan allá, se quedan acá conmigo, en medio del calor y las incertidumbres, es entonces cuando reviso mi equipaje y encuentro un par de fotografías, ella y yo aparecemos. Salimos calmos y hermosos: ella realza su boca y la encrespa como un pato, tiene tres años y sonríe a la cámara; yo en cambio tengo la misma actitud, un poco parco, un poco lejos, como si mi mente ya estuviera pensando en abandonarles; la abrazo y sostengo el aire. ¡Clic!. Papá y mamá nos suben al auto y regresamos a casa: no tengo otra idea de lo que es la felicidad. Unos trece años después, en la lejanía, justo donde el contacto es imposible, las lágrimas invaden mis ojos, el sueño me abate lentamente y comprendo cuan idiota he sido al irme sin decirles que son todo lo que tengo en el universo.

Para mamá, papá y… ah si, la niña aquella del clarinete… ¿cómo es que se llama?...