viernes

YHWH

Al salmo respondemos…

(Acerca de Dios y la fe)

Mi ciudad de origen se llamó, hace algún tiempo, SantaFe de Bogotá. Extrañamente la gente perdió la fe y entonces cambiaron el nombre a un simple, efectista y escueto: Bogotá D.C. (Léase el D como Distrito y la C como Camilo, o sea, el Distrito de Camilo). El caso no provocó polémicas y se dio por sentado que la rimbombancia del primer título estaba, por lógica, mandada a recoger. En efecto, es una ciudad que carga, con desazón y orgullo, el lastre de un pasado y presente violentista y grisáceo. Opaca como pocas, es una ciudad que encarga el amparo del futuro a las deidades de un ente que se muestra, como es habitual en los dioses que pueblan la teología universal, místico, poderoso e invisible.

Futbolistas, abogados y lustrabotas se juran bendecidos por el amor de una deidad tan incomprensible como extraña. Y mientras diversas ramas científicas intentan probar su existencia, otros más osados aseguran que el ejercicio de creencia radica en una rara intuición corpórea que nace del contacto espiritual y que ratifica una presencia inentendible para pobres e incrédulos mortales. No en más, lo cierto es que el fenómeno se ha convertido en una peligrosa y polémica charla de cabecera en mesa, cama y hasta tabernas. Reza el lema: No hablemos ni de religión ni de política ya que nunca sabemos a quién podemos ofender. Pero, es también un mundo de agravios y se ha convertido incluso en tema de cortejo: jóvenes viriles endulzan oídos femeninos con truculentas maniobras dialécticas que encierran el concepto magno y temas afines: “Debo estar en el paraíso porque eres un ángel”; “Carajo, ¿Por qué Dios te hizo tan bella?”; y “Uy mamita, si camina como reza me le aguanto toda la misa”. Otros son más abstractos pero igual de elocuentes: “Por todos los cielos, eres tan hermosa que deberían embalsamarte” ó “Eres un fruto prohibido nena”. Y, a pena de caer en calumnias, es probable que alguien tan omnipresente no pierda el tiempo creando chicas hermosas y lo que es más, que las fabrique con tan graves defectos intelectuales.

Lo justo sería tener pruebas certeras del poder magnánimo de dichas entidades. Pero ese sería grosero: se antoja una falta de respeto para el patrón poner en duda su poder. Sin embargo, algunos agrestes sugieren correr el riesgo. En contraparte, el creyente resurge y apela a la fe: una extraña energía cósmica que invade el cuerpo de esperanza y un optimismo fortalecido por el barullo popular. Dicen por ahí: la unión hace la fuerza y se refuerza con panfletos y agua bendita. De ahí que la supremacía exista, viva y se multiplique en las masas.

Por eso para el politeísta, la deidad está en cualquier cosa. Desde Maradona hasta roqueros que, paradójicamente, cantan con influencias contrarias. Sin embargo, entre gustos no hay disgustos y cada bendecido apela y defiende su propia versión de la divinidad eterna. Algunos se encargan de darle forma, nombre e incluso voz. No en vano, ha sido desde un arbolito en llamas hasta un robusto y canoso hombre de recia mirada y barba tupida (Véase la creación de Miguel Ángel) pasando por la clásica nube traslúcida y el halo amarillento de luz solar. Empero del asunto, es cuestión del creyente darle la morfología que le plazca. Para algunas, Johnny Depp es digno de rezos, castigos y redenciones. Valga el símil.

De hecho, algunos, más radicales en sus cuestionamientos, han intentado propinarle una imagen femenil. Pero se han visto derrocados al toparse con teorías de implacable origen machista que apelan a decir que sea lo que sea, Dios es un ente de cromosoma sexual x-y. Y parece lógico si de ello derivamos el cúmulo de errores por metro cuadrado de creación. No en más, que el poder absoluto se le propine a una mujer también es tema de discusión. Ya se sabe que son seres altamente sensibles e impulsivos (1). Y de ello puede derivar el fin de los tiempos en el mejor o peor de los casos.

No obstante, la defensa aplica. Y oportuno es, reclamar el respeto adecuado. Se trata de un concepto teológico, filosófico y antropológico. Anteriormente se le trataba con una ortodoxia pulcra e inapelable. No había lugar a dudas o percepciones, y ese jubileo se ha ido transformando con el paso del tiempo y con el correr de las nuevas tendencias culturales. Hoy por el hoy, el Dios de postura rectilínea e integridad hierática ha sido convertido en un Dios lozano y camarada contento pese a su oficio. Incluso los cánticos, inicialmente adornados de un misticismo sacramental, se han convertido en rolas que se mueven a caballo entre el rockabilly y el psychedelic pop.

Pero se sucumbe ante el miedo. El miedo a una figura implacable capaz de proporcionar amor y castigo en dosis alarmantes. Se promueve la ley del sistema. Se vive en un mundo de leyes en dónde ni la fe está exenta. El miedo, extrañamente, no nace de la falta de amor sino del descuidado quebranto de las leyes. Y aparecen el castigo y la culpa. Y se pregona la máxima: Él Señor te castiga porque te ama y sus castigos son crueles y despiadados porque así se asegura de que no que vuelvas a errar. Porque además es un Dios de amor y perdón. Y entonces aparecen la misericordia y la redención. Ya que el mínimo gen de rebeldía es castigado con el más oscuro y desdichado de los confines: el infierno. Y, en contraparte, se nos ofrece el paraíso como garantía de la felicidad eterna. Se promueve la salvación. Pero, y acá viene el pero, qué se hace en esa “vida” eterna del paraíso. Al menos se sabe que en el infierno vamos a sufrir pero ser felices es un estado demasiado catatónico. Carece incluso de imaginación. Por lo que se hace necesario solicitar más garantías del mundo prometido. ¿Qué hacen, qué venden y cuánto sale? Por que de eso tan bueno no dan tanto. Y ahí cerramos el círculo, porque en espera de respuestas se fundamenta la fe. Las horas pasan, los días pasan, los meses y los años pasan y seguimos esperando a que un ser de inimaginable poder se manifieste ante nosotros con inimaginables formas de hacerlo para demostrarnos a todos lo mucho o lo poco que estamos equivocados en la concepción de sus haberes y entonces juraremos haber sido y no haber sido para quedar a paz y salvo en su gloria, esperando que él nos salve y nos eleve, no sabemos de qué ni a dónde pero que haga algo con nosotros. Algo que nosotros mismos somos incapaces de hacer y que se nos escapa del entendimiento y de las manos.

Si existe o no existe es un problema personal. Como cagar o comer. De ahí en más no incumbe a la chusma. Y replico, si la fe mueve montañas entonces que mueva Monserrate un poquito para el sur porque me está tapando el sol y hace frío.

(1) Cita requerida. Estudio del instituto emocional de heridas amorosas Lázar Auf der-Maur realizado en 2009 que comprueba este dato.